Una madre y dos padres: Mi historia de amor y familia en la España de los 70

Nací en 1967 y, cuando apenas tenía algo más de un año, mi madre Mari Luz falleció, dejando a siete hijos muy pequeños. La mayor, María Teresa, tenía una leve incapacidad, y por eso, los tres hermanos más pequeños fuimos repartidos en distintas casas para poder ser cuidados.

Mi familia biológica al poco de fallecer mi madre Mari Luz

A mí me tocó una suerte inmensa: fui a vivir justo al lado de la casa de mi padre biológico, Pepe, con mis tíos Manolo y Maruja. Desde el primer momento, me acogieron como un hijo más. Maruja se convirtió en mi mamá y Manolo, aunque al principio con algo de reparo para no herir a su hermano Pepe, terminó siendo también mi papá. Recuerdo con cariño aquel día en que, emocionado con un caramelo, corrí hacia Manolo gritándole “¡mira, papá lo que me regalaron!”, y aunque intentó corregirme, fue mi propio padre biológico quien dijo: “Déjalo, para él eres su papá”. A partir de entonces, tuve dos padres para siempre: «mi papá Manolo» y «mi padre Pepe».

Mis papas Maruja y Manolo

Crecí en una familia atípica para la España de los años 70, pero una familia llena de amor. No solo tuve mis siete hermanos biológicos —María Teresa, Finuca, Pilarita, Pepito, Juan y Carmela— sino que también gané dos hermanos más, Fina y Beni, hijos de Manolo y Maruja. Qué suerte que compartíamos apellidos —López Vázquez—, algo que me encantaba de pequeño, porque reforzaba aún más esa idea de que éramos todos hermanos de verdad.

Mi papa Manolo dándome la meriendo

Mi infancia fue feliz. Aunque no vivía con mis hermanos biológicos, estábamos al lado, viéndonos a diario y compartiendo aventuras en el colegio de Boimorto. Siempre me sentí protegido: Pepito, el «matón» del colegio, siempre dispuesto a defenderme, y Juan, el niño bueno, vigilante en su fila, siempre atento a mí. Y no sólo ellos: la pandilla de Juan era enorme, y saber que todos los niños mayores me cuidaban porque era «el hermano pequeño de Pepito y Juan» me hacía sentir invencible.

Las hermanas, Finuca y Pili, venían los fines de semana a casa de Pepe, y yo disfrutaba hablando con ellas y con sus amigas sobre mis papás Manolo y Maruja y mis hermanos Fina y Beni, causando siempre sonrisas y alguna que otra confusión divertida. Para mí, todo era natural: tenía dos padres, muchos hermanos, y un hogar lleno de cariño.

Mi hija con su abuelita Maria (mi mama Maruja)

De mi madre biológica, durante mucho tiempo, no supe que había fallecido. Me enteré, inocentemente, durante una visita al cementerio con mi hermana Pili. Frente a la tumba de Mari Luz, ella me pidió que rezáramos por mamá. Yo, convencido, le respondí: “Será tu mamá, la mía me está preparando una tortilla en casa”. Esa era mi realidad: Maruja era mi madre, la que me cuidaba cada día, y me sentía inmensamente querido.

La única vez que me sentí “diferente” fue cuando una profesora preguntó a la clase por los nombres de nuestros padres y, al llegar mi turno, contesté con toda naturalidad: “¿Cuál de ellos? Es que tengo dos.” Ahí entendí que no todos los niños tenían dos padres, pero lejos de sentirme mal, al llegar a casa y hablarlo con mis papás, reforzaron aún más mi seguridad de ser afortunado.

Cada uno de mis hermanos y familiares ocupó un lugar especial en mi vida. Fina fue como una segunda madre, gastando su primer sueldo en comprarme ropa, cuidándome y haciéndome sentir siempre el niño más guapo de Boimorto. Beni, el hombre más conocido de Santiago, me regaló amigos por toda la ciudad sólo con decir que era su hermano. Mi padre Pepe me inculcó el respeto y la costumbre de comer de todo, algo que aún hoy valoro enormemente.

Finuca, la gran cocinera, con quien habría sido un lujo montar un restaurante. Pili, la más lista, siempre encontrando la manera de ganar las pequeñas batallas en casa. Pepito, el hermano perfecto para una adolescencia movida, siempre dispuesto a invitarme a una cerveza o protegerme en las fiestas. Juan, el responsable, que aún hoy me cuida como su hermano pequeño. Carmela, la más cercana en edad, que entendía como nadie mi situación.

La boda de mi sobrina Carolina, toda la familia de Fina y mis hijos y sobrina Claudia.

Más tarde, la familia siguió creciendo con Marcos, mi cuñado, y mis sobrinas Carolina y María, con quienes viví muchos años compartiendo momentos como verdaderos hermanos.

Y no puedo olvidar a la familia de mi madre Mari Luz. Mi abuelo «Manueliño das Corredoiras», el gasolinero, siempre se sintió orgulloso de su nieto Julito el gasolinero. Los primos de ambas ramas de la familia fueron siempre un apoyo y un regalo en mi vida.

La boda de mis padres biológicos con la familia de mi madre Mari Luz

A veces me he preguntado cómo habría sido mi vida si mi madre biológica hubiese vivido. Pero sinceramente, nunca sentí un vacío, porque Maruja llenó mi vida de amor y dedicación. Si Mari Luz se parecía en algo a su hermana Teresa —una mujer que crió sola a cinco hijos— estoy seguro de que habría sido una madre maravillosa.

Julio: un niño feliz

Para terminar, quiero recordar algo que me contaron años después: en el entierro de mi madre, muchas personas se entristecieron más al ver a aquel niño pequeño, feliz, corriendo y sonriendo sin saber que acababa de perder a su madre, que por la propia pérdida. Algunos me dijeron que lloraron más por esa imagen que durante la misa. Pero lo cierto es que esa alegría no fue pasajera: fui un niño feliz, he sido un hombre feliz y sigo siendo una persona que agradece cada día la vida y la familia tan grande y generosa que me tocó.

Gracias a todos los que formaron parte de esta historia. De corazón.

3 comentarios en «Una madre y dos padres: Mi historia de amor y familia en la España de los 70»

  1. Grande Julio, la vida hay que vivirla ser positivo ser feliz y alcanzar las metas que uno se proponga, encajando las adversidades y tirando para delante con tesón y fuerza.
    Creo que todos de distinta manera lo hemos echo, y hemos sido capaces de vivir la vida sin estar lamentándonos y sin estar anclados en la pena y mala suerte.
    Aceptando lo que nos ha tocado. Serás siempre mi hermano el pequeño que quiero y admiro , con nuestras peleas y guerras cuando éramos pequeños, pero un amor inquebrantable de hermanos..
    Orgullo de hermano 😘

  2. MATO.
    Una de las cosas mas maravillosas de la vida, que podemos, hacer las personas es agradecer a la vida y a los demás, por todo, y por aquello, que aunque parezca sea insignificante, causa en en la persona, algo muy reconfortante,la carga de vitamina, de sentirse bien, y de que ese es el camino, sea cual sea el tuyo y el de la otra, un reconocer, acordarse. ..es siempre genial, y deja siempre sensaciones muy bonitas. en el camino de tod@s. sea cual sea..
    Esta historia, es la tuya.y la de tu familia, pero ahí. donde tu has crecido,está la de tus amigos de la aldea y alrededores..y la del colegio..pero claro eso ya son otras historias. que seguro.
    de una manera u otra tocarás, con tu pincel de escritura..
    Termino ya, como empezé, hablando del agradecimiento, del que tu has hecho, a la vida
    Y a toda tu familia, de ese que agrandece a las personas y a ti.Mi amigo Julio, te animo a seguir así, de lo cual no tengo ninguna duda..
    Y despedirne en este comentario..
    Un fuerte abrazo…

    ..

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *